Los saludo con especial cariño en este sábado Santo, día en que como católicos esperamos que la promesa de Jesús, de permanecer con nosotros por siempre, se haga realidad en su Resurrección.
Es un día de espera, de incertidumbre y de dolor, pero sin duda también de la convicción profunda que Dios cumple sus promesas movilizado por el amor que tiene por cada uno de nosotros. Me surge tan evidente pensar que estos sentimientos y sensaciones se exacerban en estos tiempos que vivimos. Un mundo entero a la espera de ver qué pasará con la pandemia, la incertidumbre posicionándose con fuerza y la desesperanza de lo que vendrá inunda los corazones. Imagino que todos aquellos que querían a Jesús deben haber estado como nosotros. Frente a sus ojos el drama del sufrimiento, de un dolor profundo e inesperado. Un corazón conmovido por la aparente ausencia de Dios en sus vidas. Al dolor se unía el miedo, la inquietud por el futuro, la esperanza sofocada, tiempos duros y difíciles.
Sin embargo, es Cristo quien nos propone una “Espera esperanzada”, quien nos invita a no perder de vista que, a pesar de la soledad y la adversidad, de los miedos y temores, es Cristo quien vence a la muerte y nos recuerda que cumple su palabra de amarnos hasta el fin de los tiempos. Es Él quien resucita para acompañarnos en nuestros momentos más difíciles, incondicionalmente, para no soltarnos la mano nunca, para escuchar nuestros reclamos y alegrarse con nuestros triunfos, para recordarnos permanentemente que “Para Él nada es imposible”.
Los animo a que en la víspera de la resurrección del Señor, nos demos tiempo para pedirle a Él con fuerza que Resucite en nuestros hogares, en nuestra adversidad. Que Resucite en medio de la Pandemia que tanto nos ha desafiado; que resucite en nuestras alegrías para hacerlas más grandes y también en aquello que nos dificulta. Que Resucite en medio de nuestro Colegio para seguir evangelizando con fuerza el mensaje de esperanza que Cristo nos propone en el Evangelio, y por sobre todo, que Resucite con fuerza en cada uno de nuestros corazones, para sentirnos abrazados por ese Dios que nos promete una vida feliz y plena para cada uno de los que ama.